20.9.11

Cualquier tiempo pasado fue peor



La perspectiva de un humanista, mi querido Punset:

No acabo de entender por qué tan poca gente –sobre todo instituciones– hizo caso omiso a la idea fantástica del diseñador de ordenadores Daniel Hillis, que propuso hace ya más de 20 años construir, al estilo del monumento prehistórico Stonehenge, un reloj que hiciera solo tictac una vez al año, sonara cada siglo y cada milenio asomara su cabecita el cuco. Habría sido una manera de aprendizaje, de taller ideal para que la gente de la calle, funcionarios y ejecutivos de corporaciones pudieran entender lo único que está socavando nuestro espacio vital: la concepción equivocada del tiempo. ¿Por qué es tan crucial para nuestro futuro la concepción que tengamos del tiempo?

Cuando no se tiene una concepción que yo llamo “pausada y responsable” del tiempo, se vive dominado por el pesimismo o el optimismo en partes iguales. La realidad de cada día no da para más: parece que cambia cada segundo. Solo cuando se mira al pasado y al futuro en perspectiva se comprende que cualquier tiempo pasado fue peor y que cualquier periodo del futuro será mejor. De esta revelación –tan importante o más que la del Nuevo Testamento– depende la continuidad del optimismo que ha permitido a la especie sobrevivir.
Como sugería –abundando en la misma idea– el biólogo, inventor y oficial del Ejército Stewart Brand, se trataba de construir una especie de “reloj de la mente” que nos ayudara a desechar de una vez por todas nuestra actual concepción del tiempo, tan patológicamente a corto plazo y tan alejada del concepto de responsabilidad. La gente tendría así una oportunidad de aprender la única concepción del tiempo que existe, la geológica, en lugar de la furtiva, instantánea, chisporroteante, sin ton ni son, fugaz fogonazo, que nos oprime.

Réplica de juguete del conjunto de Stonehenge (imagen: GPP).
Nuestra manera apresurada de tomar decisiones se compagina muy mal con nuestra comprensión a largo plazo de las cosas y la responsabilidad asumida. Como dice un climatólogo reconocido: “Somos la primera generación que ha afectado al clima y la última que puede escabullirse sin notar sus efectos”.
¿Cómo entender, si no, la urgencia de soslayar el impacto de la acumulación de CO2 en la atmósfera los próximos cien mil años, pasando la hipoteca de nuestras vidas a otras generaciones que reconoceríamos como nuestros propios hijos si estuvieran ya aquí? Los cambios experimentados por nuestro ADN durante los últimos cincuenta mil años son modestos en el medio plazo, pero muy superiores a los sufridos por nuestros antepasados de entonces con relación a sus predecesores neandertales; ¿cómo se puede defender que no miremos siquiera ese ADN porque no nos da tiempo a percibir sus cambios desde la óptica temporal que ahora prevalece?
Nuestra concepción trasnochada del tiempo, o bien centrada en el cortísimo plazo de las variaciones tecnológicas de última hora, nos impide no solo afrontar los únicos desafíos que son ciertos –los resultantes de evoluciones que hoy clasificamos como de largo plazo–, sino que nos convierten en irresponsables, en el sentido literal de no asumir la autoría del daño causado a generaciones futuras, en virtud de nuestra concepción anticuada del tiempo.
No tengo más remedio que insistir porque los demás no paran de insistir en lo contrario. Solo desde una óptica fugaz, la que nos hace creer que una crisis económica simple, como la que estamos atravesando, es sorprendentemente distinta de todo lo anterior, se puede defender que es una crisis planetaria o universal. Hasta los niños saben que para calificar de universal a nuestra crisis fugaz habría que creerse que ya traficamos y comerciamos con otros planetas como Neptuno; solo así habríamos podido generar el déficit responsable de la crisis que tantos gobiernos, incluido el nuestro, califican de planetaria.

fuente:
Blog de Eduard Punset » Cualquier tiempo pasado fue peor

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